¿Quién ha escrito lo que leemos? Es una de las preguntas que sobrevuela este magnífico conjunto de
relatos, porque ya quisiera Parellada haber escrito algo así. Nadie tiene el don del cuerpo, ni de la vida,
ni de los narradores. Nadie, ninguno: ni siquiera el autor. Y es por tanto la fantasía, la creatividad y el
presupuesto imaginativo los que vencen.
Así la canalla, la puesta a punto del suicida, el leer demasiado, la retórica del fracaso, los viajes en el
tiempo y la creación del mismo serán elementos que hacen mella en nuestra lectura.
Parellada toca todo: con manos suaves de cuentista sin concesiones, desborda las expectativas y oscurece
nuestros brillos dándole un barniz a lo oscuro que ya quisiera el sol brillar de tal manera: deslumbra,
acongoja, somete, purifica.
Los múltiples narradores tienen la virtud de acrecentar el interés por las historias contadas ya que
sabiendo que son diferentes puntos de vista, las obsesiones de quienes engarzan están muy bien matizadas,
sean trabajadores de bares que efectúan cábalas sobre otros empleados y sus funciones o personas
aparentemente normales que esperan que su razón sea beneficiada por el conocimiento de lo que viven:
extraños seres pululan por estas páginas, manifiestan su extrañeza ante el mundo que los rodea y no dejan
de matizar preocupaciones especiales, intentos de supervivencia y esenciales defensas hacia su propia
persona.
Enric