«A la puerta de un cuartel donde un hombre que le ponía ojitos a Sally se saltaba el secreto debido y le transmitía, por cuentagotas, información clandestina, tan confusa y sesgada que en lugar de menguar la desazón la incrementaba, habían transcurrido parte de las peores horas de su vida. Y cuando verificó que el nombre de Henry Taylor figuraba en una de las listas de heridos… Quería morir; quería salir corriendo a encontrarse con él; quería creer que él no fallecería de camino al hospital; que pensaría en ella mientras le mortificaba el dolor físico; que se aferraría a su amor para no permitir que la muerte le llevara.»