Anoche soñé que volvía a Manderley, dice el protagonista. Así
empieza la novela. Pero aquí Manderley no es una mansión en ruinas
habitada por la presencia de Rebeca; es la silueta negra de un
árbol del que cuelgan veintidós niños asesinados. La única manera
de escapar de la pesadilla es gritar hasta quedarse sin voz. Y después,
una vez despierto, seguir gritando.
Se podría decir que esto es una historia de terror. Comienza en
una peluquería. Lo curioso es que el protagonista nunca se habría
enterado de nada si no llega a ser por su peluquero, que mientras
trabaja demuestra una sorprendente habilidad para analizar pequeños
detalles y acabar inventando realidades alternativas. Siempre
lo hace, y suele tener razón. El protagonista cuenta una anécdota
que le ocurrió días antes mientras cuidaba a su madre moribunda.
Esta vez la teoría que elabora el peluquero parece demasiado terrible
como para ser cierta. Tirando del hilo, es posible encontrar conexiones
con un asesino de niños que nunca ha sido descubierto.
La novela se desarrolla en un n de semana culminado con una
bajada a los in ernos en forma de cena familiar de Nochevieja.
Queda poco tiempo para maquinar un plan descabellado que quizás
funcione, pero todo es tan espantoso que resulta difícil pensar
con claridad. A veces es necesario destrozar el recuerdo de tus seres
queridos para reconstruirlos de nuevo y verlos de otra manera.