Moriré en la montaña, decía Wanda Rutkiewicz. Y mantuvo su palabra.
El 12 de mayo de 1992 moría en el Kangchenjunga, en el Himalaya. Tenía que ser su noveno ochomil. Nadie presenció su muerte, nadie oyó sus últimas palabras, nadie encontró su cuerpo. Su desaparición, como tantos otros sucesos de su vida, a día de hoy
sigue siendo un misterio. Wanda Rutkiewicz (1943-1992), la alpinista polaca más
sobresaliente de todos los tiempos, escaló nueve de las cumbres más altas de la Tierra.
Fue la primera mujer en el K2 y la primera europea en el Everest. Ya de niña la conocían
por su tenacidad, pero tuvo que madurar rápido. Cargó con el peso de un entorno
familiar complicado. Aun así, la vida siempre eligió papeles protagonistas para Wanda:
estudió electrónica porque le apasionaba la cibernética, fue jugadora profesional de
voleibol y gran alpinista. Cuando no se sentía valorada hacía todo lo posible para
demostrar que era la mejor, Wanda solía repetir que para ella eso era como gasolina
para vivir. Así había sido desde su infancia, demasiado corta, quizá por eso vivió de
expedición en expedición, sin ataduras, buscando una eterna libertad.