En el instante en que su madre fallece, el amanecer se convierte en algo inalcanzable para Gabriel. Desde la azotea del hospital, donde trata de encontrar las respuestas que necesita, cree vislumbrar alguna flotando en los labios rojos —tan rojos como Marte— de Sam, que está librando su propia batalla a tan solo unos metros, en el edificio de enfrente.
Para muchos, lo que visten bajo la piel es una cárcel sin barrotes. En eso va pensando Noboa mientras pasea por Madrid en busca de su propia libertad, cuando Iván lo encuentra a él. A su lado descubre lo que es sentir de verdad. Sentir con sus luces y sus sombras.
Para los cuatro, el 20 de junio es un viejo amigo más, y los veranos se sucederán mezclando destino y casualidad.
Les enseñarán que, a veces, somos nosotros los que cambiamos, y otras es el paso del tiempo lo que nos transforma.