Con «La reina de la belleza de Leenane«, «Un cráneo en Connemara» y «El solitario oeste», Martin McDonagh convierte el paisaje rural irlandés en un escenario de desesperación, crueldad y comedia negra. La suya no es la Irlanda del romanticismo nacionalista ni la postal turística: en esta «égloga negra» como se ha descrito con acierto su propuesta dramática, lo bucólico se disuelve en resentimiento, dipsomanía, rencores familiares y objetos cotidianos que, sin previo aviso, se convierten en armas del crimen. A medio camino entre el esperpento rural y la farsa nihilista, McDonagh descompone los códigos del realismo tradicional para levantar un teatro donde el lenguaje se convierte en campo de batalla y el gag convive con la tragedia. Heredero bastardo de Synge y del in-yer-face theatre británico, McDonagh sorprendió a la escena internacional a finales de los noventa con esta trilogía, que debutó de la mano de la Druid Theatre Company de Galway. Las expectativas de una obra irlandesa al uso con su entorno doméstico, sus tópicos rurales y sus conflictos familiares contenidos se desmoronaron en media hor