El tiempo es inagotable, y en él dejan su última gota nuestras vidas. La fecha de nacimiento y la de muerte se insertan en un torrente que mana sin fin. En medio de la fugacidad, el tiempo es también un lugar de permanencia, pues escribimos biografías y seguimos recordando a quienes se fueron. En la propia vida, constantemente borbotea nuestro pasado, que florece en contextos nuevos. Necesita tiempo el olivo para florecer y el niño para caminar. En el fondo de todas las cosas se percibe el aliento del tiempo.
Nada tiene de extraño que la historia del pensamiento haya sentido predilección por este tema. La época actual, además, siente codicia por el tiempo, pues quiere alcanzar sus metas escatimando los segundos.
Esta obra expone el tema bajo tres modalidades:
El tiempo físico y su medición en los calendarios.
Las reflexiones filosóficas sobre el tiempo, desde Platón hasta la hermenéutica.
Los brotes bajo los cuales florece el tiempo en nuestra propia vida.
El autor aborda este tema en la cuarta parte, donde muestra las diversas formas de presencia del tiempo en la vida humana, concretamente bajo la modalidad de la música y de la autobiografía, entendida como lugar de creación y recreación de la existencia de cada uno. También dedica un capítulo al tema de la nada, que confiere su magia al tiempo, pues en su seno nace lo que no era y desaparece lo que es.
El libro presentado muestra ampliamente la doble vertiente del tiempo: la astronómica y la vivencial. En la transición hacia la primacía de esta última fue decisivo san Agustín, en quien se apoya la línea desarrollada por Husserl y Heidegger. La reflexión filosófica nos ha conducido a la evidencia de que vivir es temporalizar.